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El valor económico del don

El paso de Anouk Grevin por San Miguel de Tucumán y la presentación del libro «La economía silenciosa» en las reflexiones de Patricio Cossio.

19800579_662975313905206_60738819722560204_oEl “valor económico del don” pareciera ser una frase sin sentido o en el mejor de los casos una frase bonita para revalorizar el don, la entrega o la gratuidad. Recuerdo que allá por el 2011 sentí por primera vez esa aparente contradicción entre lo “económico” y lo “gratuito” al ver un libro que llevaba como título Economía de Comunión: dos palabras, dos categorías, dos conceptos que transitan caminos paralelos que parecieran jamás cruzarse. Pero, ¿realmente es así?

19780771_662975407238530_5665822181671718574_oLa visita de Anouk Grevin a Tucumán vino a enfatizar el valor que tiene ese don, esa entrega invaluable e impagable presente en la vida cotidiana de las empresas en particular y en cualquier organización humana en general. En el siglo XXI, era de la tecnología y de la sistematización en continuo avance sobre nuestros métodos productivos, pareciera ser que las relaciones del mundo laboral podrían ser predeterminadas de una manera cada vez más precisa y detallada, evitando así dejar librada al azar la realización de ciertas tareas u obligaciones a la “buena voluntad” del trabajador. Quien piensa que esto efectivamente ocurre así, probablemente haya caído en las redes del contractualismo y considere al trabajo como una sucesión de tareas ordenadas y repetitivas. Sin embargo, el trabajo es mucho más que eso; el trabajo implica ir más allá de lo pactado en un contrato, el trabajo constituye una parte central de la vida de una persona (entre el tiempo efectivo de trabajo y el tiempo de traslado hacia el mismo, muchas personas destinan alrededor del 50% del tiempo que están despiertas). Dentro de la vida laboral las personas interactúan y dejan parte de si mismos en esas relaciones humanas. Cubrir a un colega en una actividad, reconocer cuando algo se realiza correctamente, advertir cuando algo no está bien, o bien dar las gracias o preguntar por la familia de los compañeros de trabajo, son comportamientos que implican el involucrarse de la persona de manera íntegra y no sólo la realización de una tarea concreta. 19942956_662975840571820_1513948094464348035_oEl don es algo que no se puede comprar, algo que no se puede pactar, es algo que solo la persona libremente lo da (o no). Aun cuando el manual de la organización pudiese sugerir cierta predisposición por parte del trabajador, si no se lo da de manera genuina, el resultado no es el mismo (a más de uno le habrá sucedido ser atendido en alguna cadena de comidas rápidas y percibir una sonrisa “obligada” por ser política de la empresa). El problema es cuando el don desaparece de la organización, cuando cada uno se aboca a realizar lo mínimo e indispensable dentro de sus funciones pactadas, siendo incapaz de dar algo de sí y siendo incapaz de recibir algo (donado) del otro. No hace falta indagar mucho más para saber cómo es el clima laboral en las organizaciones donde el don “ha muerto”.
De esto (y de mucho más) vino a hablar la Prof. Grevin: de terrenos insondados por el mundo económico que tienen un gran valor para una sociedad herida por un individualismo que, en pos de aumentar la eficiencia, nos hizo perder de vista el valor de algo invaluable como es el don y la gratuidad presentes en las relaciones humanas. En una sociedad norteña rodeada por prácticas heredadas tendientes al encuentro (asados, rondas de mates, cafés, etc), los miembros de la comisión tucumana de Economía de Comunión agradecemos a Anouk por hacernos recordar el valor de esas (no tan) pequeñas cosas que hacen a la calidad de la vida. En nosotros está saber reconocerlo y ponerlo en práctica en las organizaciones de las cuales formamos parte.
Colaboración de Patricio Cossio (Tucumán)
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